31 microrrelatos inspirados en imágenes tomadas por satélite en las playas de Barcelona.
Un amigo me enseñó una técnica para reconstruir partidos de voley a partir de las huellas. Fui a la playa y reconstruí un partido, pero solo un 85%, porque no me encajaba una zona sin huellas... Después el amigo confesó que su técnica era mentira. Aun así no me vine abajo y logré reconstruir el partido entero. Era amistoso.
El Artista-Titiritero lo mira complacido. Un panorama liso, recién acabado. Sostiene esa imperfección añeja para atraer la atención. Pero no una Mosca-Incidente que cae en lo alto, como un proyectil. Habrá que volver a pasar el rodillo.
Incluso posada sobre aquella superficie la plataforma era ingrávida, gaseosa. El silencio imposible, granos de arena desapareciendo a nuestro paso en progresión geométrica.
La soledad última era un logaritmo.
Y así nos fuimos.
-Estas vacaciones volveremos a vivir una maravillosa aventura juntos -le dijo.
-A estas alturas prefiero una aventurilla por separado.
Los últimos bañistas se habían marchado hacía más de una hora. Una pareja de franceses que jugaba a los aritos usando lo que tú ya sabes como asta. Pese a que conquistaron numerosas victorias, no consiguieron implicarme en sus juegos. La novela estaba a punto de terminar y aún no me olía la tostada.
Nudistas. Amontonaron la ropa y salieron corriendo fuera de plano, donde rompen las olas.
Era el encargado, no solo de contar todos los granitos de arena, sino también de anotar cada una de las historias que les habían traído hasta ahí. Cuando se cansaba, se tumbaba encima de una toalla y a ellos no les importaba soportar su peso. Era la forma que tenían de agradecerle su fe y determinación.
no es verdad no era yo no está el libro ni la arena arena amarilla arena siempre mi libro siempre tu mentira siempre como un libro igual sangrabas como un libro pensé todo me lo bebí luego esa esa esa ni se me parece toda sin amarillo ni libro ni sangre ni nada de nada
¿Era aquí? ¿O quizá un poco más lejos? Madre mía, juraría que estábamos aquí sentadas... ¡Busca Messi, busca! Así, así bien, olfatea bien su fulard y a ver si la encuentras. ¡A quién se le ocurre perder la dentadura!
Lo encontró el del tractor de la limpieza mientras rastrillaba la arena: un hombre sobre su toalla. Debió confundirlo con un borracho en bermudas o un bañista muy madrugador. Y pensó que se levantaría ante la amenaza del motor —y el ultimátum de la bocina— pero aquel cuerpo siguió tumbado, tomando el sol de las seis y media de la mañana.
"Mi irreverencia de hoy ha consistido en bajarme el bañador un tris para dejarme tres dedos de culo al fresco. Lo suficiente para que, si algún vecino mirara, no se detuviera a mirar. Ha soplado una simpática brisa. Y, ya con eso, he descubierto lo cerca que estaba la —escurridiza, ingrávida e hirsuta— felicidad."
Recibirás foto vía satélite, guiri en la playa tostándose, tú escribe algo; la orden era absurda, no iba a escribir nada: abro la foto y distingo a Robert Wyatt antes del accidente contemplando el vuelo de los aviones —primero pasa el avión, sólo después oigo el ruido, ¿cuántos decibelios necesito para transportar al oyente a una percepción nueva?
Hora regional: 4 pm
Temperatura local: 33 grados Celsius
Composición química del terreno: partículas de rocas
Alarma. Hemos detectado la presencia del enemigo.
Son cinco individuos y se encuentran acostados, de cara, a una estrella de tipo-G, el centro de su sistema planetario.
No llevan escudos ni armas.
Recargan energía absorbiendo la radiación.
Peligro máximo. Evitar contacto.
Repito.
Evitar contacto.
Consejos para el surrealismo diario
El satélite no recibe la felicidad de los niños (ya condenados a echarla de menos), no procesa la fatiga de sus padres, no refleja la libido de los adolescentes a los que aquellos miran de reojo pensando ya veremos cuánto os duran esos cuerpos. El tiempo pasa, estoy solo, la gente me agota. Me arden los pies. Soy demasiado alto.
Cuando despertó se dio cuenta de que ya no quedaba nadie a su alrededor. Estaba solo en la playa. Intentó levantarse, pero el calor lo dejó inconsciente encima de la toalla. Soñó que despertaba en un desierto y que un escorpión le picaba en un brazo. Entonces se dormía y todo se volvía de un terrible –y definitivo– color negro.
Estaban sentados a la orilla del mar y llegó una ola para llevárselos. Al levantarse la ola, pudieron ver su vientre cibernético. En un costado del panel, el pequeño monitor que todas las olas destructoras llevan incorporado emitía imágenes conocidas. De una ranura se deslizó el tíquet, ella lo cogió y se pagó su viaje al mundo de los demás.
Vale creo que podría morirme aquí, ahora mismo, en la playa de Bogatell frente al McDonalds de Ronda Litoral, con Lorena y Loreto, mis dos mejores amigas, las mejores del mundo. Lo digo en serio, me está dando bajona de los dos Monsters que me acabo de beber yo solita porque Lore no podía con el suyo. Quiero morir. HELP
La arena se levanta 90º y se convierte en pared. El veraneante, en lagartija.
Adelante, cómaselo usted. No, por favor, usted primero. Yo me comí el penúltimo. ¿Tendremos la poca decencia de dejar sólo uno? Por favor, no sea usted tímido. ¿De qué sirve un último ejemplar en el plato? Ya está fiambre. Los hemos extinguido. Es el dodo de la vergüenza.
Gonzalo, Barcelona nos quiere. A ti y a mí. Nos quiere enfermos de soberbia, a pesar de la edad. Lo que pasa es que nos quiere diferente. A ti te propone una relación blanda, de letras libres y posteridad. En cambio a mí me trata como a un muñeco recién escapado de una papelera.
Elegí el mejor lugar para revelarle mi secreto. En el aire, durante nuestro viaje en globo. En una cesta de mimbre de dos metros cuadrados, sin escapatoria posible. Vertí en su oído aquello que me quemaba. Mientras, en la playa, una pareja tomaba el sol, ajenos al caos que provocaron mis palabras. Fuimos un eclipse.
Soy Livingston. Desde las alturas vertiginosas tracé mi camino de superación personal, pero sin olvidar que el futuro está en el suelo. Mi pasatiempo favorito es volar encima de los bañistas, elegir una víctima, vaciar mis entrañas. Si los gritos salen de la persona elegida, doy mi apuesta por ganada. Si no, reflexiono sobre cómo mejorar mi punteria rectal #objetivos
Aprovéchame, que desaparezco: con el silicio de mi arena levantan metrópolis y ponen chips en el corazón de todas las cosas, me saquean. Lo nuestro, que empezó la luna, lo acabará el hombre. Rebáñame, lámeme hasta el final: luego chupa piedra.
5 metros. Nunca había cavado un hoyo tan fondo en la playa. Pero ahora se interponía material inoportunamente duro, quizás piedra o un viejo cristal. Rascó con saña usando la pequeña pala de plástico amarillo hasta quebrarlo. De sus grietas salió, barbotante, un denso fango rojizo y a lo lejos el sonido de la olas ascendió como un lamento inconsolable.
Yo no me voy de aquí hasta que encuentre al topo. Me da igual si tengo que cavar Tarifa entera. Mi mujer se ha largado. "Cariño, un topo en una playa es algo inaudito. Lo publicaré en 'Nature', al bicho le pondrán mi nombre". Ha dicho que estoy loco. Que le den, me apaño con la horterada bañador que me compró en Decathlon: si me caigo, me encontrarán seguro.
Las frambuesas. Y fresas. Cuántas fresas, frescas, húmedas y cuánta sed. La mitad del mundo en un tonel perdido. Algún beso en la suela del pie. El arroyo. La brisa, el borboteo de cristal.
Se levanta, se sacude las virutas de diamante y de arena. Zambullirse. Sin aullido, bucea. Debajo está el silencio y un mundo transparente verde y dorado.
Cuando a la impureza de la piel le dan unos días aprovecha para huir de las zonas masificadas donde trabaja (claro). No con pocas dificultades y tratando de no hundirse en ningún poro no deseado, se desplaza para encontrar un lugar tranquilo donde desenrollar su toalla, sacar su librito. Nada es menos vacaciones que una familia rumiando bocadillos al compás.
Otro año, y ya van siete, que acaba el curso sintiéndose como un mosquito despanzurrado en la pared de la habitación
Dicen que las cosas se encuentran en los lugares más inesperados. Por eso me he venido a la playa en agosto. Es un lugar de puta madre para la soledad. En serio. Cuanto más abarrotada, mejor. Pero no me miréis a mí, mirad a toda esa gente. No encuentro la forma de coexistir sin acabar pensando en la imposibilidad de conectar con otra persona.